Corrían los primeros días de agosto del año pasado cuando nos mudamos a este nuestro hogar actual. Aún tengo un par de cajas de cartón, en un rincón del pasillo, para que no se nos olvide que esta vivienda no deja de ser temporal... Ya sabéis, cajas de cartón siempre a tu alrededor.
A lo que iba, que nos mudamos. El piso está guay en general. En el centro. Con plaza de garaje. Dos dormitorios y un baño. Lo justo para servidora y su pareja de lecho. A más pequeño menos que limpiar!!!
Me vuelvo a ir por las ramas...
El caso es que tenemos unas ventanas que dan al pasaje por el que se entra a los portales. Un pasaje no demasiado ancho y sin salida. Que de nuestra ventana a la de en frente habrá... no sabría decir, soy malísima para las distancias, pero pongamos que son unos 6 o 7 metros, así que podréis imaginaros que las vistas de salón a salón son magníficas.
Por suerte tenemos unos estores fantásticos, que dejan pasar un montón de luz y desde fuera resultan totalmente opacos (Ikea Power!!!). Eso sí, es necesario bajar la persiana cuando hay más luz dentro de casa que en la calle, porque en esas circunstancias estamos completamente vendidos.
Como todo hijo de vecino, nunca mejor dicho, servidora es curiosa. El ser humano es curioso por naturaleza, y me atrevería a decir que el españolito de a pie es cotilla por naturaleza. Así que fruto de mi curiosidad de ser humano, o de mi cotillerío de españolita, no pude durante varios meses evitar miradas furtivas hacia las ventanas opuestas a las nuestras.
Así que poco a poco fui descubriendo que nuestros vecinos de en frente son dos chavales, más o menos de nuestra quinta. Uno de ellos se pasaba el día entero en casa, como hacía yo por aquella época. Al otro se le veía menos, tirando a nada. Y poco más pude averiguar a base de miraditas.
Y llegaron las Navidades, y aunque las pasadas navidades no fui el Espíritu de la Navidad como me ocurre otros años (las malas rachas es lo que tienen), no pude evitar en Nochevieja hacer gala de ese espíritu navideño que poco me había acompañado hasta el momento.
Pasamos por casa después de la cena y las uvas con la familia y antes de ir de copas con los amigos, y mientras hacíamos tiempo un pensamiento cruzó mi mente. Y tal cual lo pensé lo hice ante la atónita mirada de mi pareja de lecho.
Tuvieron que pasar dos días para que mis vecinos regresaran a su morada después de pasar el fin de año fuera, y cuál fue mi sorpresa cuando el día 3 de enero encontré respuesta en su ventana!!!
Básicamente habíamos hecho de nuestras ventanas el muro de cualquier red social que se precie, pero a la antigua usanza.
El tema causó furor entre mis contactos en Facebook: "Como si lo hubierais sacado de "Love Actually"", "al final lo que perduran son las formas de comunicacion mas basicas¡¡¡", "que arte!"... Y así otros tantos comentarios.
Ni que decir tiene que ya nos hemos tomado más de un café, en nuestra casa y en la suya, pero que no perdemos la esencia de nuestra relación y cada vez que queremos comunicarnos algo importante lo hacemos con un cartel en la ventana.