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5 de abril de 2011

Historias de carteles II

Corrían los primeros días de agosto del año pasado cuando nos mudamos a este nuestro hogar actual. Aún tengo un par de cajas de cartón, en un rincón del pasillo, para que no se nos olvide que esta vivienda no deja de ser temporal... Ya sabéis, cajas de cartón siempre a tu alrededor.

A lo que iba, que nos mudamos. El piso está guay en general. En el centro. Con plaza de garaje. Dos dormitorios y un baño. Lo justo para servidora y su pareja de lecho. A más pequeño menos que limpiar!!!

Me vuelvo a ir por las ramas... 

El caso es que tenemos unas ventanas que dan al pasaje por el que se entra a los portales. Un pasaje no demasiado ancho y sin salida. Que de nuestra ventana a la de en frente habrá... no sabría decir, soy malísima para las distancias, pero pongamos que son unos 6 o 7 metros, así que podréis imaginaros que las vistas de salón a salón son magníficas.

Por suerte tenemos unos estores fantásticos, que dejan pasar un montón de luz y desde fuera resultan totalmente opacos (Ikea Power!!!). Eso sí, es necesario bajar la persiana cuando hay más luz dentro de casa que en la calle, porque en esas circunstancias estamos completamente vendidos.

Como todo hijo de vecino, nunca mejor dicho, servidora es curiosa. El ser humano es curioso por naturaleza, y me atrevería a decir que el españolito de a pie es cotilla por naturaleza. Así que fruto de mi curiosidad de ser humano, o de mi cotillerío de españolita, no pude durante varios meses evitar miradas furtivas hacia las ventanas opuestas a las nuestras.

Así que poco a poco fui descubriendo que nuestros vecinos de en frente son dos chavales, más o menos de nuestra quinta. Uno de ellos se pasaba el día entero en casa, como hacía yo por aquella época. Al otro se le veía menos, tirando a nada. Y poco más pude averiguar a base de miraditas.

Y llegaron las Navidades, y aunque las pasadas navidades no fui el Espíritu de la Navidad como me ocurre otros años (las malas rachas es lo que tienen), no pude evitar en Nochevieja hacer gala de ese espíritu navideño que poco me había acompañado hasta el momento.

Pasamos por casa después de la cena y las uvas con la familia y antes de ir de copas con los amigos, y mientras hacíamos tiempo un pensamiento cruzó mi mente. Y tal cual lo pensé lo hice ante la atónita mirada de mi pareja de lecho.


Tuvieron que pasar dos días para que mis vecinos regresaran a su morada después de pasar el fin de año fuera, y cuál fue mi sorpresa cuando el día 3 de enero encontré respuesta en su ventana!!!


Básicamente habíamos hecho de nuestras ventanas el muro de cualquier red social que se precie, pero a la antigua usanza.

El tema causó furor entre mis contactos en Facebook: "Como si lo hubierais sacado de "Love Actually"", "al final lo que perduran son las formas de comunicacion mas basicas¡¡¡", "que arte!"... Y así otros tantos comentarios.

Ni que decir tiene que ya nos hemos tomado más de un café, en nuestra casa y en la suya, pero que no perdemos la esencia de nuestra relación y cada vez que queremos comunicarnos algo importante lo hacemos con un cartel en la ventana.

12 de enero de 2011

Historias de carteles I

Si el nombre del blog vino a raiz de la primera mudanza que hice, empaquetando mi vida entera, ultimamente podríamos cambiarle el título por el de "Entre carteles anda el juego" o algo similar...

Y es que en la socidad de la información, donde la tecnología es la base mayoritaria de las comunicaciones entre personas (correo electrónico, redes sociales, teléfonos móviles, SMS,  smartphones, etc...) los carteles en un folio, los de toda la vida, siguen teniendo presencia en nuestras vidas, o por lo menos en la mía.

Hace seis meses que nos mudamos. En pleno verano, y resulta que la vecina de arriba o los de abajo, son fieles seguidores de esa costumbre de escuchar la radio para ir a la cama. El problema es que no sólo él o ella la escucha, sino que nosotros también.

En un principio pensamos que claro, estando en verano todos dormimos con las ventanas abiertas para que entre el fresco (o algo que se le parezca) y es normal que se escuche todo en el silencio de la noche. Pasó el verano y comenzamos a dormir con las ventanas cerradas. Y fíjate tú que seguíamos escuchando la radio... Es más, no sólo es que escucháramos un ruido de fondo, sino que era perfectamente distinguible qué emisora suena: la Cope. El tema de la emisora no es por afinidad de gustos, que cada cual haga lo que le parezca, sino por el volumen al que la radio ha de estar puesta para que desde mi cama sea capaz de saber qué emisora sintoniza nuestr@ vecin@ radioyente.

Sin tener claro del todo si son los de abajo o la señora que vive arriba (aunque nosotros apostamos por ella) decidimos solicitar de una forma amabley "simpática" que por favor bajara el volumen de la radio. ¿Cómo lo hicimos sin que fuera una acusación directa (ya que no sabemos a ciencia cierta quién es el radioyente)?

Muy sencillo, pusimos un cartel en el ascensor. Para ser concretos pusimos éste que veis aquí.




¿El resultado? Los primeros días parece que bajó un poco el volumen, pero la cosa ha vuelto a su cauce...

Eso sí, el otro día me percaté de que se han pasado de la Cope a Onda Cero.

26 de febrero de 2009

Aquí no hay quien viva... (I)

Si hay una cosa que echo de menos de casa de mis padres, es vivir en el último piso. Eso y que mi cuarto daba a toda una esquina de la fachada, por lo que no tenía que aguantar a ningún vecino al otro lado de la pared... Mi pareja de lecho le pasa lo mismo, vivía en el último piso y también era exterior por lo que estaba en las mismas condiciones anteriores que yo.

Durante mis primeros meses de independencia, el piso de arriba estaba vació y el de al lado también, por lo que todo era paz y calma. Hasta que llegaron ellos.

Hoy os voy a hablar de mis vecinos los de arriba, al que llamaremos familia A, por aquello del piso de Arriba.

La familia A es insufrible. Tal cual. Sin más.

Yo nunca he tenido vecinos arriba, bueno los tuve durante mi primer año y medio de vida pero eso no cuenta ya que no era consciente de nada, y no sabía lo realmente incómodo que puede llegar a ser.

Esta familia tiene un miembro (suponemos que es miembra, pero nunca se sabe) que tiene la dichosa costumbre de andar con tacones por casa. Es un continuo tacatacataca que al principio llegué a pensar que me iba a volver loca.
La una de la mañana y tacatacataca, las cinco de la tarde y tacatacataca, da igual la hora o el día de la semana.
Por navidades estuve a punto de bajar a los chinos y comprarle unas zapatillas de andar por casa para dejárselas en la puerta con una nota que pusiera "Por favor, póngaselas según llegue a casa. Fdo.: Los Reyes Majos de Abajo".

La Familia A cuenta con dos tiernas criaturas que deben tener las manos de mantequilla porque las canicas no hacen más que caérseles a diario. Corren, saltan, pegan gritos con un timbre que jamás podría alcanzar Ainhoa Arteta, patalean, pelean, hacen prácticas de velocidad con sus patines/coches/ocualquierotroelementoconruedas, hacen del salón una canchadebaloncesto-campodefutbol-pistadepelotavasca...

A la familia A le gusta el bricolaje, demasiado. Se pasan el día dando golpes, serrando, arrastrando muebles y cajas (de cartón, por supuesto)...
El otro día ya estaba completamente desesperada cuando se lo digo a quien comparte cama conmigo y me dice con cara de comprensión "Tú también has montado muebles de Ikea". Me quedé pensando un segundo en que era cierto, pero enseguida le contesté "Pero llevan montando muebles de Ikea desde hace meses", su respuesta fue encogerse de hombros mientras yo terminaba mi frase "¿Qué tienen, síndrome de Diógenes pero con muebles en lugar de basura?"

Y por las noches es de ciencia ficción.
Yo tengo un sueño profundo, pero profundo como una sima abisal. Creo que sólo me despierto en caso de escuchar al que comparte cama conmigo si tose o hace algún ruido fuera de lo normal (supongo que es como un instinto parejil en lugar de maternal).
El caso es que hace un par de meses me sobresalté a eso de las 3 de la mañana. Primero pensé que estaban teniendo una noche de lujuria y desenfreno. Dije para mis adentros “está bien que se peguen una alegría de vez en cuando…”, pero luego comencé a preocuparme porque esos gritos no eran para nada erótico festivos.
En ese momento mi pareja de lecho también se había despertado y tapados hasta el cuello mirábamos hacia el techo con incredulidad. Barajábamos la posibilidad de que fuera una bronca de pareja que se había salido de madre y pasó por nuestras cabezas que aquello estuviera pasando de castaño oscuro lo suficiente como para tener que llamar a las fuerzas de seguridad del estado (queda mucho mejor ese nombre que decir “la pasma”).
El caso es que estábamos cavilando posibilidades cuando de repente, por encima de los berridos descomunales que estaba pegando el miembro masculino de la Familia A se escuchó el hipoaullido huracanado de una de las tiernas criaturas de la Familia A y a continuación un rugido procedente del miembro de la la Familia A que perfectamente pudimos entender como un “QUE TE VAYAS A LA CAMAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!” a unos decibelios que ni en Space of Sound.

Tenemos esta semana un amigo de okupa en casa por motivos de trabajo y el pobretico no para de mirar al techo. Nosotros seguimos haciendo vida normal y le vamos contestando a cada sonido que escucha: los tacones, bricolaje, las canicas de las tiernas criaturas, las tiernas criaturas peleando…

Creo que ya los hemos interiorizado en su mayor parte y apenas les echamos cuentas, pero sigo echando de menos infinitamente vivir en el último piso.